
Por no olvidar esos otros días, en los que me muevo por Broadway o por Silicon Valley intentando reconducir en el primero de los casos, a ese artista que atraviesa una etapa de crisis creativa o averiguando en el segundo de los casos, como "corcho" conseguir llevar a cabo una idea innovadora.
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Sin embargo, la lectura de hoy me ha llevado al descubrimiento de un fenómeno-efecto del que desconocía que tuviese nombre, pero del que he sido testigo, víctima y -en alguna ocasión- verdugo. El llamado efecto Ringelmann.
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Su experimento reveló que hace un siglo, ya había gente que escurría el bulto: un integrante medio de un grupo de ocho personas, estiraba con la mitad de fuerza que el individuo medio que tiraba a solas de la cuerda. Incluso en el caso de un trío, el rendimiento individual caía un veinte por ciento. Inesperadamente, el resultado parecía cuestionar el saber popular: cuantas más personas pones a trabajar en un problema, menos aporta cada una de ellas.
Ringelmann atribuyó esta disminuición del rendimiento a problemas de coordinación y de "ociosidad social", es decir: formar parte de un grupo disminuye el esfuerzo personal. Algunas investigaciones más recientes han demostrado que otro factor de esta disminuición podrían ser debidas a las "pérdidas de motivación". Se ha probado más allá de cualquier duda, que un grupo de ocho remadoras de élite reman menos vigorosamente juntas que por separado. Los expertos vinculan esta forma de ociosidad social a la duración de la tarea: cuanto más tiempo rema el grupo, más se resiente el rendimiento.
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Destestaba el tener que hacer los trabajos en grupo que me mandaban en clase, detesto los trabajos en grupo que le mandan a mi hija, y no puedo, no puedo, con la palabrería fácil y barata que algunos esgrimen bajo el eslogan del "trabajo en equipo". Gracias Ringelmann por hacerme ver que "no eran sólo cosas o rarezas mías..."