22 marzo 2012

El efecto Ringelmann (317)

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Ojalá mi vida terrenal fuese tan excitante y prolífica como  mi vida literaria. En la segunda realizo constantes viajes espacio-temporales. Hay días que amanezco en la Hispania del siglo III a.c. en la que la guerra continua entre cartagineses y romanos marcó toda una época. Y otros, en los que mi "cuerpo literario" comparte celda en la antigua cárcel de Torrero con Felix Romeo en  su obra póstuma "La noche de los enamorados".  

Por no olvidar esos otros días, en los que me muevo por Broadway o por Silicon Valley intentando reconducir en el primero de los casos, a ese artista que atraviesa una etapa de crisis creativa o averiguando en el segundo de los casos, como "corcho" conseguir llevar a cabo una idea innovadora.
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Sin embargo, la lectura de hoy me ha llevado al descubrimiento de un fenómeno-efecto del que desconocía que tuviese nombre, pero del que he sido testigo, víctima y -en alguna ocasión- verdugo. El llamado efecto Ringelmann. 
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En 1913, el ingeniero agrónomo francés Maximilien Ringelmann puso a prueba esta teoría mediante un experimento físico en el mundo real: preparó un tira y afloja virtual que medía la diferencia entre el esfuerzo en solitario y el esfuerzo colectivo. Ringelmann hizo que una serie de individuos y grupos tirasen de una cuerda conectada a un extensómetro.
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Su experimento reveló que hace un siglo, ya había gente que escurría el bulto: un integrante medio de un grupo de ocho personas, estiraba con la mitad de fuerza que el individuo medio que tiraba a solas de la cuerda. Incluso en el caso de un trío, el rendimiento individual caía un veinte por ciento. Inesperadamente, el resultado parecía cuestionar el saber popular: cuantas más personas pones a trabajar en un problema, menos aporta cada una de ellas.
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Ringelmann atribuyó esta disminuición del rendimiento a problemas de coordinación y de "ociosidad social", es decir: formar parte de un grupo disminuye el esfuerzo personal. Algunas investigaciones más recientes han demostrado que otro factor de esta disminuición podrían ser debidas a las "pérdidas de motivación". Se ha probado más allá de cualquier duda, que un grupo de ocho remadoras de élite reman menos vigorosamente juntas que por separado. Los expertos vinculan esta forma de ociosidad social a la duración de la tarea: cuanto más tiempo rema el grupo, más se resiente el rendimiento.
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Además, existe un factor intangible fundamental: cuando el equipo está de mal humor, no tira. Indagando más sobre éste tema en Internet, los resultados obtenidos están relacionados con el rendimiento deportivo. Se dice que para poder escapar al efecto Ringelmann se debe motivar a los miembros del equipo. Y para ello es fundamental identificar y evaluar su desempeño individual.
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Destestaba el tener que hacer los trabajos en grupo que me mandaban en clase, detesto los trabajos en grupo que le mandan a mi hija, y no puedo, no puedo, con la palabrería fácil y  barata que algunos esgrimen bajo el eslogan del "trabajo en equipo". Gracias Ringelmann por hacerme ver que "no eran sólo cosas o rarezas mías..." 
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Buena Cortesía

2 comentarios:

Margarita dijo...

Bueno, esto tiene miga y yo ando de ordenador prestado: brevedad...o utopía, jeje...Creo que el trabajo en equipo exige una grandeza de espíritu que se va al traste ante el hecho de tener que dejar atrás el yo e intentar el nosotros. Todos, de manera explícita o no, guardamos un lider dentro. Queremos que las cosas se hagan a nuestra manera. Acomodarse al otro no es fácil. Creo que el gen del escaqueo también es inherente al hombre y tarde o temprano aflorará. Peligroso cóctel...si el trabajo en equipo es de tipo intelectual, creo que la cosa empeora: el esfuerzo por aplacar el yo en favor del nosotros se convierte en una feroz lucha interna. De ahí a tirar por tierra la idea del otro -no sea que sea buena- dista un segundo. A la vez, curiosamente, suele ocurrir que nadie quiera opinar, y que cuando alguien lo haga, inmediatamente, se le achaque un pernicioso deseo de liderazgo....Pelillosa cuestión. A mí, de niña me gustaban los trabajos en equipo, pero entonces, mi inocencia salvaba todos los escollos. A día de hoy si se me propone no lo rechazo, me acomodo y, para bien o para mal, -de todo hay- sigo siendo yo misma: opino, apechugo, me ilusiono, intento dar lo mejor de mi. Por supuesto, me percato de otras actitudes pero soy capaz de apartarlas y seguir con el proyecto común. Eso sí, Fernando, lo de mi brevedad -como siempre- se ha ido al garete.

Abrazotes

Fernando Abadia dijo...

Gracias Margarita por tu enriquecedora reflexión. Me quedo con todo, pero permíteme que ponga negro sobre blanco. Me que quedo con lo que dices.... opino, apechugo, me ilusiono, intento dar lo mejor de mí.

Ohh.. que claro, que nítido, qué fuerte. Que magnífica ACTITUD. Con eso, símplemente con eso ... sería suficiente.

Besos