13 abril 2008

Dulces Costumbres

En alguna ocasión he hablado de ser "distinto" de atreverse con cosas nuevas que nos hagan descrubir nuevas formas, ideas o personas. Pero en ocasiones hay cosas que nunca deben de cambiar.

Situaciones que, aún repitiéndose en el tiempo te reportan satisfacciones que nada ni nadie te puede producir.

No soy persona que se prodigue muchos por bares, pero hay un momento en la semana en la que en ese lugar y a esa hora, me siento el hombre más feliz del mundo.

Todos los sábados y por diversos motivos, suelo salir de casa temprano. No hay ruido, ni tráfico ni mucho viandante. La tranquilidad es absoluta.

Es entonces cuando empiezo mi ritual. Me dirigo al quiosco de los sábados.
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- Buenos días. El Heraldo, el Expansión y el libro de Grandes Pensadores, por favor.
- El Heraldo, 1€, Expansión, 1,50€ y el libro...-a ver-, 12, 90. Pues 15,40.
- Muy bien, gracias. Adiós.

Recogida la mercancía y una vez doblada cariñosamente, guardada y protegida en mi maletín, -siempre lleno de papeles, revistas y demás utensilios que suelo llevar-, me dirijo a una cafetería en la que, seguido a mis buenos días, pido un café con leche y un croissant a la plancha con mermelada y mantequilla.

La mesa, perfecta, alejada del bullicio, bien iluminada, espaciosa.
¿Mis platos?. El ya mencionado desayuno, los dos periódicos para mí solito, sin que nada ni nadie me moleste, y mi paquete de tabaco para dar cuenta del fabuloso "festín".

Un lujo, al alcance de todos...... los que lo quieran.
Hoy, ha sido uno de esos días.

Buena Cortesía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y entre paginas y sorbos de café encuentras ese espacio tan deseado por todos, que se consigue con ganas e ilusión.

Besos