10 febrero 2013

Tan lejos y tan cerca (399)

Se esfumó toda la riqueza acumulada rápidamente en valores en los años anteriores. La prosperidad de millones de hogares estadounidenses se había levantado sobre la estructura gigantesca de un crédito exagerado que de pronto resultaba ficticio. Aparte de la especulación en Bolsa, que incluso los bancos más famosos habían fomentado a nivel nacional mediante préstamos fáciles, se estableció un amplio sistema de compras a plazos de viviendas, muebles, automóviles y todo tipo de comodidades y caprichos domésticos. Todo esto se desmoronó al unísono.
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Reinaba la confusión y la parálisis en las poderosas plantas de producción. Hasta ayer mismo, la cuestión apremiante era el aparcamiento de los vehículos en los que comenzaban a acudir a su trabajo diario miles de obreros y artesanos. En cambio hoy, la dolorosa preocupación por la disminución de los salarios y el aumento del desempleo afectaba a toda la comunidad, hasta entonces dedicada a la creación activa de todo tipo de artículos deseables para que disfrutaran millones de personas.
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El sistema bancario estadounidense estaba mucho menos concentrado y tenía bases menos sólidas que el británico. Veinte mil sucursales bancarias suspendieron pagos. El medio de intercambio de bienes y servicios entre individuos se fue a pique, y la quiebra de Wall Street repercutió por igual en los hogares ricos y en los modestos.
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No hay que suponer, sin embargo, que la imagen de mucha más riqueza y de una comodidad más generalizadas que había fascinado al pueblo estadounidense no tenía más sustento que la ilusión y el frenesí del mercado. Nunca se habían producido, compartido ni intercambiado en ninguna sociedad tal cantidad de productos de todo tipo. En realidad, no tienen límites los beneficios que los seres humanos pueden proporcionarse los unos a los otros cuando utilizan al máximo su diligencia y su habilidad. Esta manifestación espléndida quedó hecha trizas por unos precios imaginativos vanos y una codicia que superaron ampliamente el logro en sí. Tras el colapso del mercado de valores, durante los años comprendidos entre 1929 y 1932, se produjo una caída implacable de los precios, con las consiguientes reducciones de la producción que provocaron un desempleo generalizado.
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Las consecuencias de esta dislocación de la vida económica tuvieron un repercusión mundial. Se redujo el comercio a causa del desempleo y la disminución de la producción. Se impusieron restricciones aduaneras para proteger los mercados nacionales. La crisis general trajo consigo graves dificultades monetarias y paralizó el crédito interno, lo cuál sembró la ruina y el desempleo por todo el mundo.
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Es tan actual lo que acabo de escribir, que por una lado me da rabia que no se haya aprendido de los errores cometidos y por otro, me da miedo. El libro del que he extraído éste texto se titula "La Segunda Guerra Mundial". 
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Buena Cortesía
Extraído del libro "La Segunda Guerra Mundial" de Winston Churchill

2 comentarios:

Margarita dijo...

"Tras el colapso del mercado de valores, durante los años comprendidos entre 1929 y 1932..." He tenido que llegar hasta estas palabras para darme cuenta de que no se hablaba de esta crisis del siglo XXI, Fernando. Me quedo ojiplática ante la similitud de las circunstancias por las que ambas llegaron a ser y en mi cabeza la imagen de esa frase lapidaria "El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra" comparte espacio cerebral con una sonrisa malévola que me hace apuntar -íntimamente-: o tres...la estupidez del hombre es tal que no dudará en emplearse a fondo para superar -ésta- su propia marca...

Abrazotes

Fernando Abadia dijo...

Gracias Margarita