No, no le importaba que la mirasen mientras trabajaba, respondió a la entrevistadora sin siquiera pedirle más aclaraciones como sí hicieron otros, extrañados por la pregunta. No es que la pregunta le pareciese normal, nada en aquella oferta de trabajo lo era, pero estaba acostumbrada a ser observada.
No como aquí, no así, esto es otra cosa. Pero sí por sus jefes, ya fuera mediante cámaras de seguridad de las que nunca estaba segura de si al otro lado habría alguien mirando, pero su sola presencia ya bastaba para sentirte vigilada y actuar como si en efecto la viesen en una pantalla; o directamente, por el director desde su despacho elevado que tenía un ventanal con uno de esos espejos que permiten ver sin ser visto y cuyo efecto era idéntico al de la cámara.
No importaba si estaba al otro lado del espejo mirando, lo importante es que podía estarlo; como otras veces se apoyaba en la barandilla de la planta alta o paseaba entre los puestos de montaje y a veces se detenía unos segundos junto a una trabajadora, que nunca le preguntaba qué miras, por qué me miras, pues estaba aceptado que entre las obligaciones del trabajador estaban las de poder ser observados por el director, por los ejecutivos de la casa matriz de visita y ataviados con batas y cascos, o por ingenieros que tomaban notas mientras te veían trabajar y te hacían preguntas sobre la forma en que cogías una pieza con una mano y sujetabas la parte a ensamblar con la otra, el tiempo empleado en cada secuencia, el total conseguido en una hora, en una jornada, en una semana, tanta pregunta que te distraía y acababas haciendo lo que tratabas de evitar en esos momentos de observación: bajar el ritmo, confundirte, dejar caer una pieza al suelo, bloquear la máquina, para la cadena.
Aquí es diferente, se sabe observada pero de otra manera, no tiene claro para qué la observan pero no es el mismo tipo de supervisión.
Embriagador, ¿verdad?. En las páginas de La mano invisible, -además de la montadora de piezas en cadena-, encontrarás gente que pone ladrillos, corta carne, cose, friega, carga cajas o teclea sin descanso, pero sin saber con qué finalidad. Su trabajo consiste en eso; en hacer y repetir siempre lo mismo.
Una nave industrial a modo de "Coliseo Romano", sirve como escenario de actividades. Rodeados por focos son observados día sí, día también, por un público exigente, que no ve personas.
Un libro que me enganchó y que leí de "carrerilla". Además de una rica narrativa, la historia en sí, -un espectáculo en el que poder ver a personas trabajando- y el "hacer ver cosas" que aunque presentes, son invisibles para la mayoría, hace que coincida con la opinión de los críticos. Un libro excelente.
Buena Cortesía
LA MANO INVISIBLE
Autor Isaac Rosa Editorial Seix Barral
Páginas 384 Precio 19,50 euros
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