Toda nuestra vida se mueve en torno a un tablero de ajedrez. En el trabajo, en la familia, con los amigos, en la sociedad. En cada uno de esos ámbitos, aunque no lo percibamos estamos jugando una particular partida de ajedrez.
Sé que todos adquirimos un rol diferente en función del contexto en el que nos movemos. Somos padres y a la vez hijos. Podemos ser profesores a la vez que alumnos. Y somos mandatarios a la vez que subordinados.
Sin embargo y aún con todo lo anterior, en ocasiones y dentro de un contexto determinado, podemos desempeñar "n" roles diferentes. Volviendo al símil ajedrecístico, quizás el tipo de partida en la que más tiempo pasamos y en la que más nos jugamos sea la laboral.
Por eso, al igual que a Dino le confundía la noche. A mí, a veces me confunde la estrategia que se me aplica. ¿Qué soy?. O mejor dicho, ¿qué piensan que soy?.
¿Acaso sea un Peón que cuando empieza la partida es el elegido para abrir filas?, ¿aquel que siempre se mueve hacia adelante y que nunca puede retroceder?. ¿Un Caballo que dominado por su jinete realiza un movimiento en forma de "L" para atacar a la vez a varias piezas enemigas?.
¿O quizás, un Alfil al que se utiliza cuando el camino por el que se mueve ha sido abierto por otros?. ¿O tal vez, una Torre que sólo tiene como alternativa no salirse de la línea recta y defender a capa y espada a su amado rey, enrocándose?.
No me planteo la opción de ser Reina, pues mi condición masculina me lo impide. Ni tampoco la posibilidad de ser Rey. Eso es para otros. Además hay que valer...
Es cierto que el ajedrez es el paradigma de juego, en donde mejor se refleja el concepto de estrategia. Toda la información está en el tablero. Sus reglas son inquebrantables. Un juego en el que cada uno ocupa su posición con un fin claro: ganar al contrario.
Todos estamos preparados ante las embestidas y estrategias del contrario. Aceptamos las derrotas cuando son infringidas con elegancia y maestría. Cuando el que tenemos enfrente -persona o situación-, es superior a nosotros.
Cuando eso sucede, el Peón cae con hombría. El Caballo lucha hasta la extenuación. El Alfil -cual elefante- embiste a los contrarios sin desfallecer, y la Torre pierde su verticalidad cuando es comida.
Cuando eso sucede, el Peón cae con hombría. El Caballo lucha hasta la extenuación. El Alfil -cual elefante- embiste a los contrarios sin desfallecer, y la Torre pierde su verticalidad cuando es comida.
Para todo eso estamos preparados, concienzados. Pero a veces las derrotas o las desilusiones no las provoca el enemigo. Es en esos casos cuando el concepto de "chasco" toma forma y acaba por doblegarte, haciendote desistir de tus propósitos.
Buena Cortesía
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