12 abril 2010

La importancia de saber decir "NO"

-No se preocupe, le avisaremos en cualquier caso, tanto si está seleccionado como si no- me dijeron. ¿Te han llamado a tí?. Pues a mí tampoco. Ni siquiera un triste mail.
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El otro día, en uno de los descansos del Máster, entre sorbo y sorbo de café, ésta fue la queja más amarga que escuché. No se habló del salario, ni del horario, ni de las condiciones del puesto de trabajo exigidas. Su queja iba dirigida contra esos pocos "amateurs" que a veces pueblan los procesos de selección y que alimentan con ambigüedades nuestras ilusiones.
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¿Por qué sucede ésto?. ¿Olvido?, ¿dejadez?, ¿exceso de trabajo? o ¿miedo?
A mí a veces también me sucede. "Llámeme dentro de un par de meses a ver si hemos tomado la decisión", o "Déjame que lo piense y te digo algo", son frases que en ocasiones utilizo para salir del paso.
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¿El resultado?. Probablemente la gente, -al igual que el compañero del café en su proceso de selección al no haber recibido ni siquiera un no- acabe fuiroso conmigo, mientras que la persona que se niega a ceder a las presiones y responde con un no rotundo, no tarde mucho tiempo en ser olvidado.
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A todos nos cuesta decir no. Como dice Robert J. Ringer en su libro "Prepararse para triunfar", la razón por la que hacemos ésto es porque nos es más cómodo. No diciendo no, damos demasiado pie a la gente y hacemos que se confíe. En vez de responderles con un rotundo no, tan pronto como nos hacen la pregunta, tratamos de librarnos de la situación con palabras ambiguas, dejándolo todo en el aire. Nos da miedo responder a la gente con un no firme y definitivo.
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Dí ¡no!, digamos ¡no!. Debemos sacrificar esa respuesta cómoda que de momento nos evita el malestar y las vibraciones negativas. Debemos sacrificarla en pos de una paz mental a largo plazo, sabiendo que no estamos defraudando. Debemos atajar el asunto desde el primer momento.
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Si así lo hacemos, la otra persona terminará apreciándonos más - y no menos- por habernos comportado firmemente con ella desde el primer momento, al no haberle dado falsas esperanzas ni haberle hecho perder su tiempo.
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¡Fernando!, ¡entrevistadores!, ¡señores y señoras todos!, no mareemos la perdiz. Digamos de vez en cuando...no.
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Buena Cortesía

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